martes, 11 de marzo de 2008

La hija de las malas calles

Sueños, sueños y más sueños de los que ya no quiero despertar, es el único momento en el que puedo pensar y nada me hace falta, no hay dolor ni tristeza…

Abro los ojos lentamente procurando que no se note, observo que ese hombre a quien mi padre alguna vez llamó “mi amigo B. J.”, sigue a mi lado velando mi sueño, me repudia su cara, su voz tajante de acento extranjero, me dice “ por fin se despertó” y me apunta con el revolver que todo el tiempo carga y descarga. La primera vez que me apuntó creí que me mataría, pero ha amagado tanto que ya no me inspira miedo. Otro hombre entra al cuarto es un hombre obeso al que mi padre llamaba “mi gordo” que ironía quien pensaría que estos dos hombres que decían ser sus amigos, terminarían volviéndose contra él, contra mí.

Escucho el ruido de los carros, el ruido de la ciudad y me tranquiliza, es como si cayera en un trance y corriera por alcanzar la libertad, trato de entender a mi padre, el gangster mas grande de la ciudad, ese hombre que me enseñó todo, hasta el arte de matar y en estos momentos ni siquiera debe saber de mí.

Suena un teléfono a lo lejos, el gordo contesta y responde “si, tengo a su hija y si la quiere, devuélvame lo que me debe”, cuelga de manera agresiva, coge la pistola, se acerca a mí sigilosamente, mira el techo y siento sangre que salpica en mi rostro pero no hay herida y me doy cuenta que el gordo mato B. J. y no a mí y me confundo, salimos del cuarto y aparece mi padre con su porte fino y elegante con su perfume penetrante , me besa la frente y me pone detrás de él, sonriendo aprieta con una mano la mano del gordo y con la otra le dicta sentencia apuntándole y le dispara, yo lo miro sin entender, me entrega el arma y sin pensarlo por el repudio que siento por esos hombres que me tuvieron y me violaron, por mi padre por ser como es y por el asco que yo misma siento empuño el arma, la dispare y caigo al suelo, veo la sangre rodar y la luz se va apagando lentamente.