viernes, 18 de abril de 2008

Sin explicaciones

Ya no sé ni qué día es hoy, el insomnio y el recuerdo hacen tenue la luz y me siento ausente. Trato de respirar pero es como si cada vez me hundiera más en un gran paso, si tan solo no la hubiera dejado bajar, si no hubiéramos ido, si no... Pero es tarde y no sirve de nada pensar en como hubiera podido evitar, estaba escrito que ella iría al cielo.

Era domingo y regresábamos de la finca después de haber pasado con unos amigos el fin de semana, era muy tarde porque ella y yo nos habíamos quedado limpiando el lugar. No había ni un solo carro en la carretera y la luz de los postes hacía un efecto de estrober. Cuando estaba más oscura la calle el carro de paró, me pareció muy extraño porque el tanque de la gasolina estaba lleno, la batería la había cambiado hace unos meses y no parecía haberse recalentado. Ella me dio un beso en la frente y me dijo tranquilo pronto nos iremos de aquí y se bajó del carro a recoger unos cartuchos blancos que había sobre la vía. Yo alcance el capo y revisé despacio, no había ningún problema aparente, me volví a subir y el carro prendió sin mayor dificultad. Ella se apresuro a subirse, pero justo en ese momento pasó un carro blanco a toda velocidad, sólo recuerdo las flores que una a una caían, como si cayeran del cielo, me quedé inmóvil por casi cinco minutos. Me demoré en entender lo que pasaba, bajé del carro y me paré justo a su lado. El señor del carro blanco trataba de darme explicaciones pero era como si no pudiera escucharlo.

“Andres por qué no se baña mijo y se va a distraer un poco que lleva más de un mes ahí echado”. Mi mamá es tan buena, que ella hubiera dado su vida por Paula, siempre me decía que era la mejor mujer que me había podido conseguir, que tenía ganado el cielo con ella. Por fin entendí sus palabras, no era que yo me había ganado el cielo, sino que el me había ganado a mí.

Su rostro era casi perfecto y lucía hermosa toda llena de sangre pero con un cartucho blanco en las manos, era un ángel, siempre lo fue, pero quizá nunca lo supo.

Descalzo, con un cartucho blanco podrido y con la ropa que llevo hace mas de veinte días salgo y me atrevo a mirar el sol, pero el me vence, me ciega, me guía, como si en él pudiera ver a Paula. Camino y parece que caminara en el aire porque no siento mis pies, ni manos. Se cual es mi destino y lo dejo que me lleve, lo dejo que tome el impulso y con un salto desde el puente central me dejo llevar, caigo sobre los carros y la vida se hace ausente.

martes, 11 de marzo de 2008

La hija de las malas calles

Sueños, sueños y más sueños de los que ya no quiero despertar, es el único momento en el que puedo pensar y nada me hace falta, no hay dolor ni tristeza…

Abro los ojos lentamente procurando que no se note, observo que ese hombre a quien mi padre alguna vez llamó “mi amigo B. J.”, sigue a mi lado velando mi sueño, me repudia su cara, su voz tajante de acento extranjero, me dice “ por fin se despertó” y me apunta con el revolver que todo el tiempo carga y descarga. La primera vez que me apuntó creí que me mataría, pero ha amagado tanto que ya no me inspira miedo. Otro hombre entra al cuarto es un hombre obeso al que mi padre llamaba “mi gordo” que ironía quien pensaría que estos dos hombres que decían ser sus amigos, terminarían volviéndose contra él, contra mí.

Escucho el ruido de los carros, el ruido de la ciudad y me tranquiliza, es como si cayera en un trance y corriera por alcanzar la libertad, trato de entender a mi padre, el gangster mas grande de la ciudad, ese hombre que me enseñó todo, hasta el arte de matar y en estos momentos ni siquiera debe saber de mí.

Suena un teléfono a lo lejos, el gordo contesta y responde “si, tengo a su hija y si la quiere, devuélvame lo que me debe”, cuelga de manera agresiva, coge la pistola, se acerca a mí sigilosamente, mira el techo y siento sangre que salpica en mi rostro pero no hay herida y me doy cuenta que el gordo mato B. J. y no a mí y me confundo, salimos del cuarto y aparece mi padre con su porte fino y elegante con su perfume penetrante , me besa la frente y me pone detrás de él, sonriendo aprieta con una mano la mano del gordo y con la otra le dicta sentencia apuntándole y le dispara, yo lo miro sin entender, me entrega el arma y sin pensarlo por el repudio que siento por esos hombres que me tuvieron y me violaron, por mi padre por ser como es y por el asco que yo misma siento empuño el arma, la dispare y caigo al suelo, veo la sangre rodar y la luz se va apagando lentamente.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Los ojos de Lucía

Los días en la vida son largos, más cuando debes caminar despacio y con cautela para no resbalar. Hoy amanecí pensativa, no sé por qué; nunca he sabido cómo son los colores, los rostros, cómo soy yo, igual, así es mi mundo y no puedo cambiarlo. Con el tiempo he aprendido a contar los pasos, escuchar, tocar, oler y degustar, a sentir con el alma, a descubrir. Mi padre dice que yo soy como una oruga que viven en su capullo protegido, pero con ansias de salir y convertirse en mariposa.

Lucía es una mujer de veinte años de edad, que nació con una rara enfermedad llamada Anoftalmía, ceguera por la ausencia de globos oculares. Hermosa, amante de la naturaleza y las fragancias de la ciudad, capaz de cautivar con esa sonrisa que lleva siempre en el rostro y la hace tan única, una sonrisa como las de los niños, pura e inocente.

Salir para ella es una necesidad, sabe exactamente los pasos que debe realizar para caminar por más de dos horas y llegar perfecto a la puerta de su casa sin la necesidad de un bastón. Ella vive con su padre quien ha sido su único amor y su tranquilidad. De pequeña hacía con él el mismo recorrido diariamente, hasta que logró salir sola. Le gusta caminar y sentir a la gente cerca, jugar con sus olores y sonidos y conversar con los viejos que se sientan en la plaza, quienes mágicamente le describen cómo es el mundo.

Mi ciudad huele a una mezcla de asfalto y naturaleza. Suena a carros, pitos, sirenas, vendedores ambulantes de todo tipo y a música. La brisa es una constante y el calor del sol quema mi piel a diario haciéndome sentir viva.

Hoy es un día como todos: el beso cariñoso de mi padre que marca la salida, seis pasos adelante el ascensor, último botón al primer piso, salgo del ascensor, tres pasos a la izquierda, cinco derecho, la salida al mundo real. Dejo que el tiempo me lleve. Camino y siento los pasos de unos pocos transeúntes a mí alrededor, me gusta escuchar el golpeteo de los zapatos de las personas, me siento acompañada, me hace creer que en este mundo de penumbra alguien me puede sostener al caer. Me gusta la vibración y brisa que producen los carros al pasar a grandes velocidades y percibo uno que otro olor a hierba y asfalto mojado, debe haber llovido hace poco. Ya he caminado por más de una hora y busco una banca para sentarme.

Un ruido me detiene, es fuerte, creo que ha caído algo pesado sobre la calzada quebrándose. Una mujer grita, debe ser una matera que cayó de un piso muy alto espantando a la mujer, otros ríen y me contagian su risa, yo río también, deben burlarse de la mujer, entonces a lo mejor son niños jugando bromas con bombas de agua. Percibo que una moto se enciende y las risas se alejan de ella. Continúo mi camino. Un grito de auxilio, la vibración del grito entra a mis oídos, recorriendo mis tímpanos pero llegando directo a mi corazón, congelando mi sangre. Me acerco despacio, por el tono de voz creo que es la misma mujer que gritó la primera vez. La busco suave con mis manos y logro tocarla, Asustada se mueve un poco haciendo un gran esfuerzo para esquivar mi mano. Me quito las gafas y mostrándole mis ojos vacíos le aseguro que no la voy a lastimar. “Ayúdeme estoy sangrando”, dice la mujer. No sé qué hacer, coge mi mano y la coloca en su vientre, humedeciéndola con un líquido pegajoso y suave, acerco mi mano a la nariz, huele a sal marina, a hierro, huele a sangre. Para estar segura la llevo a mi boca y con la punta de la lengua logro degustar ese desagradable sabor a sal pesada. Tiemblo, quiero huir, ayudar, esconderme, qué hacer. Un impulso me coloca de pie, grito pero nadie me escucha, así que decido correr sin saber hacia donde voy solo en busca de alguien que me pueda ayudar.

Siento que la calle se angosta, no puedo respirar, he corrido y golpeado con todo lo que hay a mi alrededor. Me ahogo, no puedo respirar. Trato de tranquilizarme pero no puedo, tiemblo, cuatro paredes cuadradas me rodean y no encuentro una salida. Valor, valor, respira… me voy tranquilizando, aunque no puedo parar de temblar, grito pero siguen sin escucharme. Las lágrimas corren por mis mejillas, es una vida que depende de mí y me frustro, tengo que seguir corriendo. Me levanto con una fuerza inexplicable y continúo.

El silencio se corta por el ruido de carros y la bulla de la gente, salgo y siento que ya hay personas a mí alrededor. Pido ayuda pero nadie se me acerca, trato de coger a los que están a mí alrededor pero me gritan que estoy loca, siento que me esquivan, que me evitan sin escucharme. ¿Por qué no me escuchan?, por favor…

Alguien toma mi mano y me pregunta que sucede, ahogándome le cuento de la mujer, la sangre, el callejón, la gente… El hombre me detiene y accede a colaborarme, me pregunta en que lugar está la mujer. Un silencio se apodera de mí, siento un viento frió que recorre mi cuerpo y me desvanezco en los brazos del hombre, empiezo a llorar con desespero, busco su rostro con mis manos y sin poder decir una sola palabra niego con la cabeza porque no sé, no sé donde esta la mujer.

Rosa Violeta

Me llamo María Juliana Casadiego Iragorri, nací en Bogota – Colombia el 24 de Agosto de 1987, aunque soy más Caleña que Rola. Toda mi infancia la viví en la Bogota desalmada, sucia y no querida de los años noventas, pero esté caos llego también a mi casa, una situación desbordo a mi familia y mis padres se divorciaron. Mi madre decidió regresar a su ciudad natal con sus padres y mi papa decidió quedarse en la vieja Bogota que a penas empezaba a crear nuevas raíces.

Llegue a la sucursal de cielo o del caos, como dicen por ahí, a mis 10 años de edad, llena de temores y angustias por haberme embarcado en algo completamente ajeno y desconocido. El cambio de ambiente, de colegio, de amistades, de todo fue caótico, pero ahora que lo pienso fue lo mejor que me pudo haber pasado porque me hizo lo que soy ahora y amo lo que soy, con mis problemas y mi cabeza loca.

El divorcio de mis padres me genero una rebeldía incontrolable que en un principio se me estaba saliendo de las manos problemas en la casa y en el colegio con las materias y los compañeritos.

De Bogota venia de Colegio femenino y aquí llegue a colegio mixto, niños solo conocía a mis primos y uno que otro vecino, así que fue difícil la convivencia al principio con los niños pero aprendí a conocer su buena calaña y sus mañas.

La rebeldía paso con el tiempo, porque el tiempo cura todo y sana heridas que se creen imposibles de sanar y esos compañeritos nuevos que ahora adoro con el alma me ayudaron a ver el mundo color rosa violeta, es decir, con todo lo que implica pero buscando siempre alternativas positivas. El divorcio de mis padres es mas lo positivo que lo negativo que ha traído, he mejorado mi relación con ambos y tengo 3 hermanos maravillosos que nunca me han dejado perder la magia de ser un niño.

Desde pequeña aprendí sobre literatura con mi abuelo Efrain y me pare por primera vez en un escenario donde haciendo de la hija de un cuentero supe que me encantaba la actuación y todo lo que esta implicaba. Pero fue en Cali donde mi abuelo Genaro me instruyo en el arte de la poesía, y la vida, porque no tengo certeza de quien, en la pasión por el teatro y el cine, porque el cine es con lo que sueño y donde me sueño por el resto de mi vida.

Fui creciendo y en el camino me he encontrado con todo tipo de gente y lugares, algunos para recordar, otros para olvidar, pero todos han dejado algo. Del colegio me quedan esas amistades incondicionales y los trabajos fáciles y en la U me he encontrado con esas personas que tienen la misma pasión que vos por las cosas y con las que odian lo que hacen, con las mediocres y con los talentos naturales, con las amistades mas engañosas hasta las mas reales y con lo que realmente es el esfuerzo por hacer lo mejor.

En Cali he conocido lo que soy ahora, una amante del arte. Me encanta sentarme a observar, fotografiar cualquier cosa, ir a teatro o a cine así sea sola, bailar y ver bailar a los cuerpos al caminar y sentarme y respirar un poco del aire que también crea su danza en esta ciudad con su fragante brisa.

Amo y Odio a Cali por mí, por los otros, por el exceso, pero la verdad es más lo que la amo porque me acogió y me enseño la vida, la calle y su magia. Si me preguntan que soy ahora soy una mezcla de caos, irrealidad, alegría y vida.