domingo, 30 de septiembre de 2007

Los ojos de Lucía

Los días en la vida son largos, más cuando debes caminar despacio y con cautela para no resbalar. Hoy amanecí pensativa, no sé por qué; nunca he sabido cómo son los colores, los rostros, cómo soy yo, igual, así es mi mundo y no puedo cambiarlo. Con el tiempo he aprendido a contar los pasos, escuchar, tocar, oler y degustar, a sentir con el alma, a descubrir. Mi padre dice que yo soy como una oruga que viven en su capullo protegido, pero con ansias de salir y convertirse en mariposa.

Lucía es una mujer de veinte años de edad, que nació con una rara enfermedad llamada Anoftalmía, ceguera por la ausencia de globos oculares. Hermosa, amante de la naturaleza y las fragancias de la ciudad, capaz de cautivar con esa sonrisa que lleva siempre en el rostro y la hace tan única, una sonrisa como las de los niños, pura e inocente.

Salir para ella es una necesidad, sabe exactamente los pasos que debe realizar para caminar por más de dos horas y llegar perfecto a la puerta de su casa sin la necesidad de un bastón. Ella vive con su padre quien ha sido su único amor y su tranquilidad. De pequeña hacía con él el mismo recorrido diariamente, hasta que logró salir sola. Le gusta caminar y sentir a la gente cerca, jugar con sus olores y sonidos y conversar con los viejos que se sientan en la plaza, quienes mágicamente le describen cómo es el mundo.

Mi ciudad huele a una mezcla de asfalto y naturaleza. Suena a carros, pitos, sirenas, vendedores ambulantes de todo tipo y a música. La brisa es una constante y el calor del sol quema mi piel a diario haciéndome sentir viva.

Hoy es un día como todos: el beso cariñoso de mi padre que marca la salida, seis pasos adelante el ascensor, último botón al primer piso, salgo del ascensor, tres pasos a la izquierda, cinco derecho, la salida al mundo real. Dejo que el tiempo me lleve. Camino y siento los pasos de unos pocos transeúntes a mí alrededor, me gusta escuchar el golpeteo de los zapatos de las personas, me siento acompañada, me hace creer que en este mundo de penumbra alguien me puede sostener al caer. Me gusta la vibración y brisa que producen los carros al pasar a grandes velocidades y percibo uno que otro olor a hierba y asfalto mojado, debe haber llovido hace poco. Ya he caminado por más de una hora y busco una banca para sentarme.

Un ruido me detiene, es fuerte, creo que ha caído algo pesado sobre la calzada quebrándose. Una mujer grita, debe ser una matera que cayó de un piso muy alto espantando a la mujer, otros ríen y me contagian su risa, yo río también, deben burlarse de la mujer, entonces a lo mejor son niños jugando bromas con bombas de agua. Percibo que una moto se enciende y las risas se alejan de ella. Continúo mi camino. Un grito de auxilio, la vibración del grito entra a mis oídos, recorriendo mis tímpanos pero llegando directo a mi corazón, congelando mi sangre. Me acerco despacio, por el tono de voz creo que es la misma mujer que gritó la primera vez. La busco suave con mis manos y logro tocarla, Asustada se mueve un poco haciendo un gran esfuerzo para esquivar mi mano. Me quito las gafas y mostrándole mis ojos vacíos le aseguro que no la voy a lastimar. “Ayúdeme estoy sangrando”, dice la mujer. No sé qué hacer, coge mi mano y la coloca en su vientre, humedeciéndola con un líquido pegajoso y suave, acerco mi mano a la nariz, huele a sal marina, a hierro, huele a sangre. Para estar segura la llevo a mi boca y con la punta de la lengua logro degustar ese desagradable sabor a sal pesada. Tiemblo, quiero huir, ayudar, esconderme, qué hacer. Un impulso me coloca de pie, grito pero nadie me escucha, así que decido correr sin saber hacia donde voy solo en busca de alguien que me pueda ayudar.

Siento que la calle se angosta, no puedo respirar, he corrido y golpeado con todo lo que hay a mi alrededor. Me ahogo, no puedo respirar. Trato de tranquilizarme pero no puedo, tiemblo, cuatro paredes cuadradas me rodean y no encuentro una salida. Valor, valor, respira… me voy tranquilizando, aunque no puedo parar de temblar, grito pero siguen sin escucharme. Las lágrimas corren por mis mejillas, es una vida que depende de mí y me frustro, tengo que seguir corriendo. Me levanto con una fuerza inexplicable y continúo.

El silencio se corta por el ruido de carros y la bulla de la gente, salgo y siento que ya hay personas a mí alrededor. Pido ayuda pero nadie se me acerca, trato de coger a los que están a mí alrededor pero me gritan que estoy loca, siento que me esquivan, que me evitan sin escucharme. ¿Por qué no me escuchan?, por favor…

Alguien toma mi mano y me pregunta que sucede, ahogándome le cuento de la mujer, la sangre, el callejón, la gente… El hombre me detiene y accede a colaborarme, me pregunta en que lugar está la mujer. Un silencio se apodera de mí, siento un viento frió que recorre mi cuerpo y me desvanezco en los brazos del hombre, empiezo a llorar con desespero, busco su rostro con mis manos y sin poder decir una sola palabra niego con la cabeza porque no sé, no sé donde esta la mujer.

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